5/7/10

La leyenda del señor Z

La casa del señor Z era así. De afuera no te decía nada, porque para eso había que entrar. Y para hacerlo, la única condición innegociable, era dejando algo que fuera tuyo y que tuviera mucho valor. Si no, nadie volvía a poner un pie ahí adentro. Pero ese algo tenía que ser único. Algo que te hubiera costado horas de sufrimiento y sudor. Algunos pedantes creían que con dinero iban a entrar y salir como si estuvieran en su casa. Pero todo aquel que no aportara un mísero verso, un poema, o un verbo sujeto y predicado que predicara sujetos verbales, con el señor Z no iba a poder negociar.

Jamás quedó muy claro y nadie sabía si realmente el señor Z vivía ahí, porque siempre llegaba después que sus alumnos. Tampoco se sabía de donde venía, porque siempre lo hacía por una esquina diferente. Su llegada a Espacio Anónimos (así se llamaba a la casa) era una especie de ritual. Aparecía todas las noches de lugares distintos, como si hubiese estado jugando a las escondidas por las calles de Balvanera. Lo llamativo, sobre todo para sus alumnos, era que siempre que estaba por meter la llave para abrir, alguien del lado de adentro lo hacía por él. Cada tanto Z lo nombraba como el señor A, pero nadie le daba importancia. Después de todo, se rumoreaba que Z estaba un poco loco. Hasta se llegó a comentar entre sus vecinos, que los fines de semana Z obligaba al señor A, a jugar a las escondidas con él porque sino lo echaba del Espacio Anónimos.

Un día el señor Z llegó para dar su clase. En la puerta lo esperaban (como siempre) sus alumnos, pero esta vez, cuando quiso meter la llave para entrar algo se lo impidió. Sacó la llave y la miró para comprobar que fuera la indicada. Lo era. Así lo demostraba la etiqueta con las siglas del lugar. Se dice que el señor A había trabado la puerta con una doble RR gigante. Afuera quedaron Z y los alumnos, que esperaban en la puerta con sus bolsos llenos de poemas y relatos.
Los que estuvieron esa noche dicen que entre Z y A hubo insultos de todo tipo y que no se ahorraron letras para decirse de todo. Que desde adentro, A decía que no pensaba irse, porque ese lugar le correspondía y se justificaba diciendo que él había llegado primero y que por algo era el señor A.
Los alumnos de Espacio Anónimos vieron cuando el señor Z fue a hacer la denuncia a la comisaría. Pero parece que su historia no conmovió a ningún oficial, y le dijeron que no podían hacer nada. Que la institución no iba a involucrarse en problemas de abcedarios.

Desde aquella noche sus alumnos andan por la ciudad buscándolo. De la casa, lo último que se supo es que el señor A truchó los papeles, la demolió y construyó una casa alpina. No se supo bien donde durmió la noche del desalojo el señor Z. Pero nadie duda que se haya abrigado con las letras de algún diario viejo y haya soñado con alguna hoja en blanco.

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