25/7/10

Madurez aniñada

El día de su cumpleaños número trece, cuando todos se habían ido, caminó hasta la plaza y se sentó en un banco. Estaba mirando a unos chicos que pateaban la pelota y de repente se largó a llorar. Había descubierto que ya no era posible escapar a mordiscones de una celda con barrotes de chocolate. Que las palomas de los cables ya no eran los broches para colgar la ropa de los gigantes. Que a la suerte había que ir a buscarla a un lugar mucho más lejos que el ta te ti. Que jamás le vería la cara a la señora de Tom & Jerry, aunque volviera a ver el dibujito mil veces. Que la gente no se resbala con cáscaras de banana, y que los bolsillos de su papá no siempre están llenos de monedas. Que la pecosa de rulos de séptimo grado le había roto el corazón y que se lo iban a romper muchas veces más. Que el mar no se vacía sacándole un tapón. Que el sapo en la barriga del que come y no convida, iba a ser libre. Que un gordo en un trineo era incapaz de repartir tantos regalos en una sola noche. Que un examen de historia no era el fin del mundo y si se le ocurría cambiarlo, a la historia la iba a tener que hacer él. Y que ya no le pertenecía ese mundo tan irreal, tan liviano y empalagoso, donde imposible nunca era el adjetivo de los sueños, y donde la moneda oficial era un botón.

16/7/10

Sueños de lana

A mi me enseñaron a andar en bicicleta, hacer germinadores, atarme los cordones y a comer con la boca cerrada. Pero nadie me enseño a dormir cuando tenía ganas de dormir. Nunca me funcionó eso de ponerme a contar ovejas. Y eso que lo intenté miles de veces. Probé con las blancas y también con negras y marrones. Hasta me animé con otras de colores inventados por mí, total todo era sueño. Pero un día se aburrieron de que las usen siempre para lo mismo. Entonces se negaban a aparecer o te pedían alguna remuneración a cambio.

Con corderitos también lo intenté, pero siempre les costaba saltar esa valla de madera. Entonces me tenía que tomar el trabajo (como si uno no estuviera cansado a esa hora) de bajarla un poco a ver si así podían. No había caso: se caían igual los pobres.

He recibido reproches y cartas de ovejas madres, acusándome de desconsiderado. Hubo noches de desesperación que me animé a contar ovejas esquiladas, pero son tan feas así peladas que me daba miedo quedarme dormido y tener pesadillas. También las conté en otros países. Pero cada vez que empezaba a enumerar en otro idioma me perdía y ahí se quedaban, mirándome con esa cara de, esperando que yo avanzara hasta que se aburrían y se iban a otro sueño.

15/7/10

Dialocos

- Centro médico, buenos días.

- Buen día señorita. Quería sacar turno con un médico.

- Si, dígame qué especialidad.

- No se lo puedo decir.

- ¿Pero qué tipo de problema tiene?

- Es…un problema personal.

- ¿Suyo o con el médico?

- Un problema personal mío.

- Entiendo… pero acá hay médicos de todas las especialidades.

- Mire, es por un tema bastante especial.

- ¿De qué tipo?

- Le diría que del tipo íntimo.

- Mire señor, necesito más detalles. Así no me está ayudando.

- Es que yo no la quiero ayudar. Quiero que usted me ayude a mí.

- Hagamos una cosa, usted dígame qué síntoma tiene, y yo le digo cuál es su problema.

- Vergüenza.

- ¿Vergüenza es un problema o un síntoma?

- Vergüenza me daría contárselo a usted.

- Eso es un problema.

- Eso lo va a decidir el médico.

- ¿Qué médico?

- No se señorita, eso dígamelo usted. Para eso estoy llamando.

- Necesito que sea más específico para poder derivarlo con el especialista indicado.

- No la conozco como para darle tantos detalles. Prefiero guardar privacidad.

- De todos modos yo no lo conozco señor.

- Pero si me da un turno, me va a conocer cuando vaya.

- Le puedo dar un turno en un horario en el que yo no esté.

- ¿En qué horario trabaja usted?

- Por la mañana señor.

- Es en el único horario que yo podría ir.

- ¿Cómo podemos hacer entonces?

- Mire señorita, me está haciendo demasiadas preguntas.

- Y usted me está dando muy pocas respuestas.

- Yo sólo quiero un turno con un médico.

- Bueno pero…

- …y que sea por la mañana!

- Señor le pido que se tranquilice.

- ¡Me voy a tranquilizar cuando me de un turno con un médico! Y ya me hizo subir la presión. ¡Ay, por favor! Un médico. Urgente. Señorita, mándeme un ambulancia…

5/7/10

Hipérbaton de noticias

La prostitución es una forma de violencia sexual
que prostituye a los sexos por formas de violencia
Sexo violento, prostitución de forma
Violencia sexy con forma de prostitución
Prostitutas asexuadas formadoras de violencia
Violadores de formas
prostitutos del sexo
Formadores de violencia y de prostitutas
que no saben que prostituirse es la forma de violar al sexo
La prostitución sin sexo está perdiendo forma
Violá. Sexá. Prostitutá
Formá

La leyenda del señor Z

La casa del señor Z era así. De afuera no te decía nada, porque para eso había que entrar. Y para hacerlo, la única condición innegociable, era dejando algo que fuera tuyo y que tuviera mucho valor. Si no, nadie volvía a poner un pie ahí adentro. Pero ese algo tenía que ser único. Algo que te hubiera costado horas de sufrimiento y sudor. Algunos pedantes creían que con dinero iban a entrar y salir como si estuvieran en su casa. Pero todo aquel que no aportara un mísero verso, un poema, o un verbo sujeto y predicado que predicara sujetos verbales, con el señor Z no iba a poder negociar.

Jamás quedó muy claro y nadie sabía si realmente el señor Z vivía ahí, porque siempre llegaba después que sus alumnos. Tampoco se sabía de donde venía, porque siempre lo hacía por una esquina diferente. Su llegada a Espacio Anónimos (así se llamaba a la casa) era una especie de ritual. Aparecía todas las noches de lugares distintos, como si hubiese estado jugando a las escondidas por las calles de Balvanera. Lo llamativo, sobre todo para sus alumnos, era que siempre que estaba por meter la llave para abrir, alguien del lado de adentro lo hacía por él. Cada tanto Z lo nombraba como el señor A, pero nadie le daba importancia. Después de todo, se rumoreaba que Z estaba un poco loco. Hasta se llegó a comentar entre sus vecinos, que los fines de semana Z obligaba al señor A, a jugar a las escondidas con él porque sino lo echaba del Espacio Anónimos.

Un día el señor Z llegó para dar su clase. En la puerta lo esperaban (como siempre) sus alumnos, pero esta vez, cuando quiso meter la llave para entrar algo se lo impidió. Sacó la llave y la miró para comprobar que fuera la indicada. Lo era. Así lo demostraba la etiqueta con las siglas del lugar. Se dice que el señor A había trabado la puerta con una doble RR gigante. Afuera quedaron Z y los alumnos, que esperaban en la puerta con sus bolsos llenos de poemas y relatos.
Los que estuvieron esa noche dicen que entre Z y A hubo insultos de todo tipo y que no se ahorraron letras para decirse de todo. Que desde adentro, A decía que no pensaba irse, porque ese lugar le correspondía y se justificaba diciendo que él había llegado primero y que por algo era el señor A.
Los alumnos de Espacio Anónimos vieron cuando el señor Z fue a hacer la denuncia a la comisaría. Pero parece que su historia no conmovió a ningún oficial, y le dijeron que no podían hacer nada. Que la institución no iba a involucrarse en problemas de abcedarios.

Desde aquella noche sus alumnos andan por la ciudad buscándolo. De la casa, lo último que se supo es que el señor A truchó los papeles, la demolió y construyó una casa alpina. No se supo bien donde durmió la noche del desalojo el señor Z. Pero nadie duda que se haya abrigado con las letras de algún diario viejo y haya soñado con alguna hoja en blanco.