29/7/09

Catarsis

Odio que suene el despertador
y el mal aliento de la gente a la mañana
Odio la resaca
los domingos a las siete de la tarde
y limpiar mi casa,
aunque más odio que esté sucia
Me da mucha bronca apagar la ducha cuando termino de bañarme
la gente que tira basura en la calle
las viejas que se estiran la cara
y los celos que le tienen a sus hijas
Odio que fumen mientras como
y que coman mientras estoy fumando
A los que usan paraguas grandes
y a los que usan paraguas y caminan debajo de los techos
Odio tener frio en los pies y los diptongos
Odio tener que levantarme a hacer pis a la noche
y perderme un estornudo
Me da mucha bronca el humo de los churrascos
Me exaspera esperar
y exasperar
Odio entrar en un probador de ropa
y que se me pegue una canción que odio
Cortarme las uñas de los pies y los granos en la nariz
tomar agua fría mientras como una pastilla de mentol
y me da bronca tener mala memoria para los chistes
Odio el olor a lavandina
morderme la lengua y el dolor de muela
el olor a hospital
las reuniones de consorcio
que me den un mate con edulcorante y no me avisen
no acordarme nombres de actores
alquilar películas que ya vi
ser zurdo para escribir
y saber que Papá Noel no existe
Odio no tener pan cuando como pastas
no poder terminar un crucigrama
y la hoja en blanco
Me indignan los que no odian
y lo que más odio
es a los que dicen que odian las mentiras
y mienten igual que mentimos todos

20/7/09

La revolución del punto

Un día el punto se cansó de ser punto. Harto ya de ser siempre el responsable y el culpable de que las oraciones no tuvieran continuidad porque a algún cretino se le ocurría que la idea tenía que morir ahí, le puso punto final a su desdicha. Cada vez que el lector cerraba el libro, él se corría un poco a la derecha. La primera noche sólo fueron dos palabras. Al no escuchar reclamos por parte del lector, la noche siguiente se corrió diez más. Y después cincuenta, cientoveintidos y el jueves doscientascuarentaycuatro. No hizo caso a las objeciones de los otros puntos y hasta los obligó a que lo siguieran acusándolos de mediocres y sometidos. El problema surgió cuando se dio cuenta que se estaba aproximando a la página por la que iba el lector. Para que la revolución fuera un hecho, tenía que llegar al final antes de que el lector terminara el libro. Sabía que ponía en riesgo su ancestral prestigio ante las grandes editoriales, que los más importantes escritores iban a señalarlo y a condenarlo para la eternidad. Pero no le importó. Entonces juntó valor y avanzó y avanzó. Saltó comas, pronombres personales y larguísimas párrafos. Pisó palabras como separándolas en sílabas. Derribó acentos. Coimeó interrogaciones. Se burló de todos los signos de exclamacion y se fugó para siempre dejando la historia sin final.
Es el día de hoy que ese libro nadie pudo terminar de leerlo