25/2/10

Estrella

No se sabe muy bien cómo fue. Pero una tarde de un domingo tan domingo, donde el gris invadía la ciudad y parecía que había echado al resto de los colores para que todo fuera más triste, una estrella apareció en su habitación mientras ella dormía. Algunos creen que fue el viento. Otros, que un avión que volaba hacia un país desconocido cortó el hilo del que colgaba con una de sus alas. Y los más locos aseguraban que cada millones de años, cuando el planeta madura, se sacude y deja que caigan sus estrellas como si fuesen manzanas.

Por un segundo, todos los habitantes de la ciudad quedaron encandilados. Pero antes de ser descubierta, la estrella voló hasta llegar a la ventana de la habitación de la chica. Dicen que era la estrella más grande de todo el universo. Por eso nadie entiende cómo entró en su habitación que estaba llena de muñecas y ropa y peluches y zapatos y almohadones grandes y almohadones más chiquitos y sueños y crayones y pinceles y un montón de cosas que no sabía si le gustaban, pero que las guardaba por si un día le llegaban a gustar. Lo primero que hizo cuando la vió al lado de su cama, fue mirarse al espejo y descubrir la sonrisa más grande que alguna vez su boca había dibujado. Enseguida corrió a cerrar la puerta para que nadie supiera lo que había en su habitación. Era su tesoro. Pensó que podía estar soñando, entonces por las dudas ni se pellizcó. La estrella era de colores y si la tocaba se le hundía un poco el dedo. No veía la hora de ir al otro día al colegio y contarle a sus compañeritas. Se quedó contemplándola durante toda la tarde hasta que finalmente se durmió.

Cuando se despertó al otro día, la estrella ya no estaba. La buscó desesperada por toda su habitación, hasta que se dio cuenta que por su tamaño tendría que verla a simple vista. Lloró como tiene que llorar una chica que pierde una estrella. Iba a preguntarle a su mamá y a sus hermanos, pero tenía miedo de que se burlaran. Durante varias noches miró al cielo desde su ventana a ver si la encontraba, pero eran todas iguales. Hasta pensó en ir a un astrólogo, pero con las monedas que habría en su alcancía no le iba a alcanzar para pagarlo.

Jamás le contó a nadie lo que pasó ese domingo por la tarde. Pero desde ese día, para ella los domingos ya no son tan tristes si piensa en estrellas.

Dicen que cada vez que alguien lea esta historia, va hacer que la estrella se aparezca otra vez en la habitación de la chica. Para que ella la pueda seguir. Para que ella pueda ser feliz.

24/2/10

Alicia

Los nervios se iban distendiendo con los aplausos del público. Los músculos se avisaban entre sí que ya podían relajarse. El creciente murmullo se fue transformando en la palabra fabuloso, hasta perderse en la espuma del mar y de las copas.
Toda la tensión que él había acumulado las semanas previas a la presentación de su obra, iba desapareciendo para darle lugar a una noche perfecta. El lugar que había elegido, no era al azar. Y encontrarlo le llevó casi tanto trabajo como sentir que su obra estaba terminada. Era un perfecto perfeccionista inconformista. Dejarse llevar por el instinto era cosa de mediocres. Mezclados entre los invitados estaban todos los que tenían que estar. Los que le habían dado sentido a esa historia y que de alguna manera eran responsables de lo que estaba sucediendo. Si uno se abstraía y miraba la situación desde afuera, podía sentir que todos estaban a gusto y que no había nada forzado. Los ambientes no ocultaban la intención decorativa y la vista general definía una estética un poco sobria, muy armónica, nunca extravagante, a veces modesta, siempre amable.
Que el cocktail fuera un domingo, tampoco era casual. Más bien parecía escrito, y era lo único que uno podría decir que estaba forzado de esa noche. No fue su instinto el que se lo dijo, pero él sabía que ella se iba a presentar.

Había llegado a la ciudad el día anterior y había reservado un cuarto de hotel. Después de registrarse con el nombre de Alicia Luna, subió a su habitación. Aunque no llevaba equipaje, le dio propina al botones y le dijo que si preguntaban por ella, respondiera que nunca se registró nadie con ese nombre.
Enseguida se acostó y trató de descansar. Pero la atormentaba pensar en el hecho de estar ahí y que al fin se iba a encontrar con él, que era tan parte de ella. Dio vueltas en la cama y como no pudo dormir, decidió salir a dar un paseo. La ciudad no le gustaba. No se sentía parte. Hubiese preferido un lugar un poco más triste. Mar del Plata en cambio, es una ciudad soñada, concebida con el mismo rigor que un monumento o un palacio. Hacía frío y pensó que una copa de vino tinto podía ayudarla a encontrar un poco de tranquilidad. Ya sabía lo que iba a pasar al día siguiente; lo que no sabía era cómo iba a reaccionar al verlo. De repente, a través de la vidriera, lo vio salir de una tienda con una caja bajo el brazo y lo reconoció en el acto. Le pareció extraño verlo ahí y dudó, pero recién había tomado un sorbo de su copa de vino. No entendía qué podía estar haciendo él en ese lugar, porque jamás le había mencionado una escena así. ¿O ella no lo recordaba? Quizás para el momento de esa escena ella ya estaría muerta. Le pagó al mozo sin preguntar cuanto debía y volvió al hotel más confundida de lo que se había ido. Subió las escaleras corriendo, abrió la puerta de su habitación y se tiró en la cama a llorar. No entendía muy bien por qué. Tal vez intuía el final. Se quedó dormida entre sábanas y lágrimas y recién se despertó al otro día. Cuando miró el reloj, se dio cuenta que sólo faltaba una hora para la presentación.
Se baño rápido. Se puso la ropa que tenía que usar esa noche. Se fue del hotel sin avisar que nunca más volvería. Paró un taxi y le mostró al chofer un recorte del diario donde informaba que esa noche Alfredo Puente presentaría su última novela. El taxista murmuró algo inentendible. Esta escena hubiese sido más dramática bajo la lluvia, pero era un otoño muy seco.

No llegó tarde, pero los invitados ya estaban todos ahí. Nadie la miró mientras avanzaba hacia Alfredo, pero ella sentía que todos la reconocían. Cuanto más se acercaba a él, más rápido le latía el corazón, pero más lentos se hacían sus reflejos. Tanto que cuando él la vió, ella se frenó de golpe. Alfredo se había enterado de su vuelta y estaba completamente fuera de si, aunque se mostraba tranquilo charlando con otras personas que completaban la escena. Terminó de tragar un canapé, se limpió las manos con una servilleta de papel y mientras tomaba de un trago su champagne, sacó la pistola y le disparó en el medio del pecho, justo donde había más angustia. Ninguno de los presentes se sorprendió. Nadie se dio cuenta de que estaban todos manchados con sangre, porque el final de Alicia ya estaba escrito hacía rato.