15/5/09

La del 85

Roberto José Vicente y Marcos Andrés Budiño supieron que se iban a odiar para siempre, desde el día que les tocó sentarse en el mismo banco del Colegio Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús.
Roberto era zurdo, pero se sentaba del lado derecho del banco. Y como escribía acostado y ocupando casi todo el espacio, siempre molestaba a Budiño con el codo. A pesar de esto, Roberto nunca aceptó sentarse del otro lado, argumentando que él había llegado primero el primer día de clase, y ni loco le iba a ceder ese lugar. Budiño era de esos pocos y afortunados alumnos a los que la madre le da plata para comprar merienda en el recreo. Siempre tenía los bolsillos y la cartuchera llena de golosinas, las que devoraba delante de la nariz de Roberto, sin siquiera ofrecerle un miserable caramelo durante toda la primaria (al resto de los compañeros sí le convidaba).

Además de zurdo, Roberto era muy flaco. Las cargadas de sus compañeros, en especial de Budiño, no tardaron en llegar. Apodos tenía miles, pero el que más le molestaba era “Perfil”, o que le dijeran que tenía que pasar dos veces para hacer sombra. Budiño, en cambio, era algo petizón y tirando a gordito. Esto lo había heredado de su madre, y no sólo porque le daba plata para la merienda. Las peleas entre ellos eran moneda corriente y a medida que los años pasaban y sus cuerpos iban mutando, dejaron de ser simples insultos, para transformarse en feroces riñas más parecidas a combates de box, que a una pelea de chicos de primaria. Cuando Malvasora, el rector del colegio, se enteró de estas peleas, los amenazó con expulsarlos del colegio. Roberto y Budiño, en lugar de amigarse, decidieron buscar un lugar donde pudieran pelear en paz, sin que se enterara el rector. Descubrieron un jardín oculto, al que se llegaba por una puerta clausurada que había en fondo del patio, que usaban de ring para fajarse durante los diez minutos que duraba el recreo. Todos los alumnos del Nuestra Señora esperaban ansiosos la campana para encontrar una ubicación en el jardín y hacer sus apuestas. Algunos fanáticos se llevaban su silla, otros se trepaban al tapial y hasta hubo uno que se robó un sillón viejo y gastado de la sala de profesores, para ver la pelea como si estuviese frente al televisor de su casa.

Pero en el año ’85 hubo una pelea que los marcó para siempre. Dicen que fue la más violenta. Fue cuando Roberto robó de la mochila de Budiño una foto veraneando con su familia en San Bernardo. En primer plano se podía ver a una señora de más de ciento veinte kilos, metida adentro de una malla marrón como si fuese un matambre, y con un churro en la mano. Era la madre de Budiño. Roberto había hecho copias y empapeló el baño de varones y el gimnasio. En los pasillos del colegio se anunciaba que esa tarde iba a ser inolvidable. Los rumores de la pelea llegó a oídos de los alumnos de otras escuelas. Fue tan famosa y comentada la pelea, que hoy, veinte años después, se sigue recordando. Y si fue toda la gente que dice que estuvo esa tarde del ’85, estaríamos hablando de unas tres mil personas, cuando en el jardín oculto de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús, no entraban más de cien.

Hoy, Roberto José Vicente apenas tiene un negocio en una oscura galería de Flores, y una barba de algunas semanas. Se las rebusca arreglando desde pavas hasta video caseteras.
Alejado de los lujos, el único vicio que le quedó a Roberto de sus mejores años es abrir religiosamente todas las noches una buena botella de vino. Algo así como una caricia o un mimo para el alma de un humilde comerciante. Hacía meses que la mano venía cambiada, y Roberto decidió ir al hipódromo para ver si la suerte lo ayudaba a pagar sus deudas. No era burrero, pero la sensatez que te dan los años, le indicaron que había que jugarle al que más pagaba. Veinte pesos a “Gold Tiffany”, una yegua que brillaba como una lágrima sobre el rostro de un negro. Los otros veinte que le quedaban, pensó que los podía gastar en un vino para festejar esa noche en caso de ganar. La carrera la dominó de punta a punta el jockey petiso que montaba a “Gold Tiffany”. Cuando le yegua cruzó el disco, sacándole más de dos cuerpos de ventaja a la segunda, Roberto sólo apretó el puño y enfiló para la ventanilla para cobrar. Iba haciendo cuentas y saboreando el aroma de su uva preferida, cuando por los altoparlantes anunciaron que “Gold Tíffany” había sido descalificada porque su jockey, el petiso Marcos Andrés Budiño, había largado antes de que sonara la campana.

Roberto estuvo a punto de volver para corroborar. Pero pensó que era imposible que fuese el Marcos Andrés Budíño que juraba que había dejado ciego de un ojo, en aquella famosa pelea del ’85, en el jardín oculto del colegio Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno Ruso! Me gustaron todos pero me quedo con Caja de Herramientas.
Avisa cuando cuelgues mas cosas.

Tomi (de Kerosene)

Anónimo dijo...

Limon! los pitucones!!! los odiaba!!!

Mechi

Reparito dijo...

Buenisimo. Salvo que el final me hace ruido. PEro bueno es tu texto y eres muy libre de poner el final que quieras. Igual me parece que la historia es muy creativa y por demas graciosa. Seguiré leyendote de cerca. Un abrazo desde Lima -Perú.

Carlos

Anónimo dijo...

majestuoso recuerdo de dos grandes personajes de la historia Linqueña! Agradecido