2/5/12

Miedo

El tipo entró a la cocina con el alma en la mano. Sin pedirle permiso, corrió la silla y se le sentó enfrente. Lo miró serio, con los ojos secos. Tenía las rodillas nerviosas y hasta se le veía el pulso. Lo primero que hizo fue pedirle que dejaran al resto afuera de todo esto. Era un asunto entre ellos dos. El miedo y él; él y el miedo; él y sus miedos.

 -No vengo de guapo-, balbuceó con un tono que literalizaba lo que decía.

 Todo lo contrario. Iba con el mismo temor con que uno enfrenta cara a cara al miedo, respirándole el aliento. Pero el miedo que sentía era tan grande que se convertía en valentía. Esa era la única razón por la que se encontraba ahí. En un segundo repasó sus cuarenta años y descubrió que después del día de su nacimiento, este era el más importante de su vida. Tenía que tomar la decisión que siempre había esperado, pero para la que no estaba preparado.

Como si el mundo estuviese pendiente de esto, dejó de girar. El reloj que colgaba de la pared miraba atento con las agujas cruzadas, olvidándose de que el tiempo dependía de él. Los ruidos se callaron y por primera vez en la vida, escucharon a los demás. Los olores se dejaron de sentir. El aire que entraba por la ventana ni siquiera respiraba para no interrumpir. Como si supiera que todos estaban esperando su descargo, el tipo le pidió a su garganta que tragara bien profundo y sin preámbulos ni arcadas, vomitó lo que sentía. Se dio vuelta de adentro para afuera y se sacudió las palabras asegurándose de no guardarse ninguna. Estaba todo sobre la mesa. No había mucho que aclarar. Solo agregó un punto esperando una respuesta del otro lado.

El miedo, que lo escuchaba atentamente, ni se inmutó. Lo miraba con sabiduría, pero mientras tanto buscaba las palabras adecuadas para devolver el golpe. Por un minuto se produjo un silencio ensordecedor hasta que por primera vez, y con esa voz que lo caracteriza, el miedo habló:

-Si cada vez que tengas que tomar una decisión importante desaparezco de tu vida, si dejases de sentirme y pudieras vivir en paz sin que te persiga como tu propia sombra hasta en la sombra, si estuvieses tan tranquilo que ya no necesitaras esconderte en el fondo de las sábanas con los ojos bien cerrados, si no temblases como la vejez por imaginarte lejos de los demás, si no tuvieses miedo por tener que barajar y dar de vuelta o si nada de todo esto te estuviera pasando, pobre de vos! Porque el día que descubras que ya no me sentís más, te vas a dar cuenta que estás acabado.

1 comentario:

AL FILO TALLER DE NARRATIVA dijo...

"Tenía las rodillas nerviosas y hasta se le veía el pulso"
es una de esas líneas que, sin poder explicar la razón, te atraviesan. Muy bello Juan.