30/11/10

Un año menos

Para cuando uno se quiere acordar ya le está pisando los talones a diciembre, haciendo equilibrio para no caerse en el año que viene, con las luces del arbolito que le encandilan la cara y un olor a pan dulce que se le filtra por todos lados. Uno ya se gastó como trecientos y pico de días así como si fuesen reciclables, sin darse cuenta de que el tiempo se evapora en el mismo momento en que transcurre. Es cuestión de llegar a la hoja número doce del almanaque para recordar que hay que guardar toda la ropa de invierno en el baúl lleno de naftalinas. Diciembre es como esos últimos cinco minutos del examen donde uno se da cuenta que todavía le faltan contestar esas tres preguntas y le agarra un ataque de nervios y quiere hacer todo a la vez. Para esta altura del año ya no se puede pensar tan claro porque el calor hace transpirar a las ideas. Encima todavía falta hablar con los familiares y definir qué se va a hacer, si vos preparás las ensaladas y yo me encargo de las bebidas, y de paso estrenamos el freezer que compré con los puntos de la tarjeta de crédito. Lo que si te digo que este año ni pienso disfrazarme de Santa porque los sobrinos ya están bastante grandulones.

Uno hace una listita imaginaria en la cabeza con todas las cosas que no hizo que se había propuesto al empezar este año. El estrés llega a su pico máximo cuando me doy cuenta de que todavía tengo que pensar en las vacaciones y si realmente vale la pena gastar tanta plata tirado bajo una sombrilla o cambiar el modelo de auto. La cuenta regresiva ya está en marcha y nadie la va a detener. El servicio meteorológico anuncia días de pesadas comidas, con probabilidades de chaparrones de sidra, inevitables garrapiñadas y violentos venturrones.

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