Se sentó
en el sillón al lado de su hermano. Apenas los separaban algunos centímetros,
pero en ese espacio entraban muchos años de distancia. Se ubicó a su izquierda,
como si eso lo acercara más al corazón. Cada tanto hablaban, pero lo hacían sin
decirse nada, dando vueltas, esquivando el deber. Si se miraban, los ojos se evitaban
como cuando uno intenta juntar los imanes por el mismo polo. Oportunidades como
esta habían tenido miles, pero las habían desperdiciado sabiendo que la vida se
apiada de nosotros más de la cuenta.
Su mano
izquierda repiqueteaba contra el sillón. Los dedos iban del meñique al
índice, siempre en ese orden y se iba repitiendo a gran velocidad, como
esperando una orden del cerebro. Al mismo tiempo, los pies del hermano se
movían nerviosos de arriba hacia abajo, subiendo y bajando los talones, pero sin levantar
la punta de los zapatos. El silencio incomodaba y no había nada para romperlo y
hacerlo pedazos para sacarse esa angustia atragantada. Quienes saben de
desencuentros, saben que para una situación como esta, no alcanza solo con el
esfuerzo físico. Se requiere de una fortaleza mental y de una concentración casi ancestral. Al reloj le sobraba tiempo y estaba ahí, esperando que los dos se
hicieran cargo. Recién cuando entendieron que solo un milagro iba a hacer que
sucediera un milagro, decidieron hacer algo al respecto.
Como si
fuese una coreografía estudiada a la perfección, giraron sus torsos al mismo
tiempo hacia el lado que estaba el otro. El envión hizo que también giraran los
cuellos y así pudieran quedar cara a cara, aunque evitando mirarse. De a poco levantaron
los brazos hasta la altura de los hombros ajenos. Los estiraron un poco más hasta
poder llegar a la espalda del otro y con muchísima timidez, cruzarlos por detrás
del cuello. Para ese momento los corazones empezaron a bombear y se turnaban
para latir. Lo hacían cada vez más fuerte como queriendo despertar al resto de
los órganos, para que supieran lo que estaba por pasar ahí. El frio de los huesos
se iba descongelando a medida que la sangre corría por las venas. Todavía no se
miraban a los ojos; faltaba un poco para eso. Ahora un archivo incalculable de
imágenes se desbloqueó del cerebro y les invadió la memoria. Sintieron la
necesidad de ponerse a llorar, pero para esta altura de la situación, implicaba
mucho riesgo y podía interrumpir el desenlace. Sus cuerpos estaban tan cerca
que podían reconocerse los olores. Se encontraron a propósito con la mirada y
después de unos segundos se fundieron en un abrazo inolvidable, de esos que son
tan fuertes que duelen. Pero que es un dolor dulce, un dolor que lava culpas.
Un dolor arrepentido que hubiese querido volver el tiempo atrás para repetir
ese abrazo por todas las veces que no lo habían hecho, vaya a saber uno por
qué. Aunque a esta altura qué mierda importaba. No estaban ahí para buscar un
por qué, sino un para siempre.
1 comentario:
Esta muy bueno este cuento, Chips. Y tambien tu perfil, que requiere alguna actualizacion. Me has impresionado.
Marta
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