28/4/10

Nadie sabe qué pasó

La vió subir al tren y enseguida la firpó de arriba a abajo. Ella notó que le habían quepiado los quefros y se hizo la frotulada rostirándose contra la gelada, mirando no se qué.

Sus quefros no podían quedarse farelos y cada tanto merlaba por el garlopo del tren a ver si él seguía ahí. Los dos trataban de mifurpear, como si alguno de los otros márgolas que viajaban en el tren hubieran notado que ellos querían regomarse la prótula. Buscaron la manera de groparse haciéndose los disimulados. Ella se ferpoló hacia la váfola donde él estaba: el ni se japió. Llegaron a una quefrada y se firpearon a ver si alguno se frogaba del tren. Pero la váfola se cerró y los dos quedaron ahí, fema a fema durante unos cinco esgalos hasta que él le cafó la marfena delante de todos los márgolas y le pinagó la goquefa hasta meterle la nipogue en su arcofa. Ella se entregó a la fureca y empezaron a rufarse, chocándose a todos los márgolas, mirocándose sin afor de vagón en vagón, atravesando todas las alefas. Una señora los miró con ogre, pero ellos ni la afizaron. El guarda quiso pararlos y pedirles el feco pensando que se hacían los liques para no pagar, pero le dio tanto calión que los dejó.

La ciudad se iba alejando y ellos estaban cada vez más fremados, rozándose las mirulas que chorreaban como babas de ópulas en celo. De pronto el tren zancró y las váfolas se abrieron. Habían llegado. De un esgalo a otro todos los márgolas habían desaparecido y los garlopos quedaron vacíos de aire. Volvieron a encontrarse y se vieron hasta la profundidad de los quefros, sabiendo que su viaje había terminado.

22/4/10

Cicatriz

Lo abandonaron de amor. Las esquirlas del corazón le fueron atravesando cada parte de su cuerpo hasta que murió desangrado.